20 de octubre de 2013

LA DUDA PERMANENTE


"El guardapolvo los protegía de los agujeros; no veían nada, aceptaban lo ya visto por otros, se imaginaban que estaban viendo. Y naturalmente no podían ver los agujeros, y estaban muy seguros de sí mismos, convencidísimos de sus recetas, sus jergas, su maldito psicoanálisis, sus no fume y sus no beba..."
Julio Cortázar: "El perseguidor".

En los tiempos complejos y difíciles en qué vivimos, poca gente tiene la valentía de admitir su vulnerabilidad. Muchos buscamos las respuestas verdaderas, las soluciones definitivas, las verdades absolutas.
No hay mayor ignorancia que la creencia de que se tiene la verdad. Una verdad orgullosa que se impone, porque no admite ni el más mínimo de los peros amenazantes. Una verdad infantil, que extraña el bienestar absoluto del vientre materno.
Reivindico llevar la duda a cuestas a diario y compartirla con todas las dudas que pesan sobre la humanidad. Esa duda incómoda que nos desequilibra diariamente, con la que es imposible nadar sin miedo a ahogarse.
Y es que tenemos un inmaduro cerebro racional que, viéndose impotente para comprender nada de lo que nos ocurre, se viste de orgullo y prepotencia para dar coherencia a las sinrazones de lo que sentimos en cada momento. Es un mecanismo de defensa que nos protege: la razón busca, constantemente, sin conseguirlo, dar coherencia a lo que, diariamente, de forma confusa sentimos. Es una solución evolutiva que los seres humanos desplegamos para no sufrir de locura.
Y cada vez más, en la escuela, como en todos los ámbitos de la vida, buscamos verdades que nos libre de la incertidumbre, inherente a la existencia.
Y nadamos con el salvavidas del libro de texto, con las libretas de dos rayas que controla y sostiene el pensamiento escrito, con las tareas para casa que elude responsabilidades, con el castigo permanente en el que proyectamos nuestras carencias, con la justificación constante de lo que hacemos a diario.
Todo, por no admitir nuestra ignorancia, por no aceptar nuestras limitaciones, por considerarnos responsables de todas las consecuencias de nuestro tanteo vital, por no asumir la duda como compañera inseparable y necesaria.
Estamos necesitados de una cura de humildad. Para aceptar la incertidumbre, la duda y la ignorancia, para no asumir toda las demandas, para hacer lo que está en nuestras manos, que no es mucho, aunque es bastante, para dejar que la vida fluya, lentamente, por donde, aunque no queramos, tiene que fluir.

Xtóbal

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