29 de octubre de 2016

¿Damos religión en la escuela?




Cuando reflexiono si damos religión en la escuela, no me refiero a la materia que la nueva ley educativa ha elevado a la categoría de asignatura evaluable, como si de una ciencia se tratase. Esta cuestión no tiene discusión. Es un ejercicio de poder que nos han colado. ¡Como si los dioses fuesen mundanos!

Cuando afirmamos que damos religión en la escuela queremos decir que impartimos las distintas asignaturas como si de religión se tratara. Me explico con pocas palabras:

Tenemos un libro de texto, con verdades que debemos transmitir, como un catecismo de antaño.

El alumnado tiene que aprender, de memoria, las verdades y creer en ellas, como si fuese la religión de la nueva era.

Comprobamos, mediante exámenes parciales, finales o externos,  que las conocimientos han sido aceptados y grabados a fuego en nuestra alma y en nuestro cuerpo.

La liturgia: el silencio. Asentir con el cuerpo, sentados en fila, mirando al frente, al dios supremo. Antes, la pizarra de tizas, donde se escribían las máximas. Hoy, estamos más modernos, miramos a la pizarra digital, el nuevo crucifijo, el dios de la era neoliberal, sin cuestionamiento.

Para ser un buen discípulo sólo hay que aprobar, memorizar el catecismo de pe a pa, sin miramiento, sin preguntas, sin duda alguna. El catecismo, ya se sabe, dice verdades como puños, sin fisura.

Las editoriales, las nuevas iglesias, nos han revelado las verdades supremas. El dios dinero está detrás, no me cabe la menor duda.  El magisterio religioso sólo tiene que dar sermones en el púlpito, con las técnicas más modernas, para que los súbditos devotos, sin digerir siquiera, sólo tengan que comulgar, tragar, contenidos para luego vomitar en un examen cualquiera.

Esta es la era de la nueva religión. Creer sin pensar siquiera.

¡Cuándo llegará una nueva escuela! En la que la duda sea cotidiana y razonable; en la que pensar sea la norma, en donde la verdad se ponga a debate, en la que las chavalas y los chavales naveguen a ciegas en un futuro inalcanzable.  Cuándo llegará una escuela en la que, quienes la habiten, la disfruten sin ningún dios que la limite. ¡Cuando llegará la nueva escuela!

Noviembre de 2016

7 de octubre de 2016

EDUCANDO JUGANDO



Hoy, sesión de psicomotricidad. Aula de Infantil de 4 años en donde atiendo, desde el Aula Abierta a la Diversidad, a un chico y dos chicas con necesidades específicas de apoyo educativo. Trabajamos con toda la clase. Yo dirijo la sesión y la tutora, esta vez, está pendiente por si surgen dificultades, por si alguien necesitan ayuda. Intercambiamos papeles, porque somos pareja educadora.

En el salón de usos múltiples, damos la consigna: un aro para dos. Quien tenga pareja puede coger su aro. Se afanan por buscar compañía. Algunos se resisten pero, al final, el deseo de jugar les puede y se esfuerzan en encontrar. Un chico quiere jugar sólo, se resiste a compartir aro con alguien. Le digo que no puede ser. Que o comparte aro o se sienta. Pasado un rato me dice que quiere jugar. Así que se acopla con su pareja. Es el deseo el que fuerza su egocentrismo y desarrolla su capacidad de frustración. Madura al luchar consigo mismo. Al final decide y acepta la norma sin castigo ni imposición. Se impone la lógica, no hay un aro para cada uno.

Suena la música y vamos dando consignas: la pareja dentro de aro, corriendo sin caerse; el aro en el suelo y los dos dentro bailando; uno fuera y otro dentro, como si fuese carroza con caballo; ambos mirándose a la cara, cogidos del aro y dando vueltas; todos pescando otros aros de otras parejas,…

Múltiples negociaciones se producen en cada juego: quienes mandan y dominan, quienes ceden, quienes deciden cómo se juega, quienes no se atreven;... Ricas situaciones educativas en las que los deseos, el poder y la empatía se ponen en juego. Un montón de risas que ayudan en la negociación. Un sinfín de disfrutes en la sala.

Luego la consigna es: juego libre con los aros. Cada cual juega a lo que desea. Y es entonces cuando desarrollan imaginación y se la juegan en la vida, cuando desarrollan autonomía. Los hay que siguen en parejas, otros se unen en grupo. Y juegan a caballos, coches o saltos, a rodar o a malabares. Después de un rato, se unen en grandes grupos para jugar. Suele pasar siempre en sesiones de psicomotricidad libre, que acaban todos unidos organizados. Vamos vislumbrando el proceso de socialización, de conquistar amistades, de crear vínculos. Y asistimos al milagro de la creación de grupos sociales, compartiendo, creando normas y viviendo historias narradas por ellas y ellos.

Se acaba la sesión y nos sentamos a relajarnos. Toman la palabra alzando la mano, de uno en uno, para escucharnos. Qué nos ha gustado más, qué no nos ha gustado, qué juego nos hemos inventado,...Y así vamos atando, con palabras sentidas, las emociones derramadas.

Y mientras bailamos, jugamos y nos expresamos vamos madurando nuestras destrezas motrices y creciendo como personas, conociéndonos y empatizando, unos y otras, juntos, en la diversidad que somos.

¡No es tan difícil! ¡Y es tan necesario!

Cristóbal Gómez Mayorga

Otoño de 2016